sábado, 9 de marzo de 2013

Los “peligros” de la India.

Me pide mi buen amigo Paco que, “dada mi experiencia”, trate de paliar vuestras reservas a la hora de viajar a la India. Afirmo, sin rubor, que cumplí estrictamente los consejos que, por entonces julio de 2000, las autoridades sanitarias proponían a los viajeros que decidían personarse por aquellos lares: vacunas ante posibles enfermedades tropicales consabidas. Hoy pueden haber cambiado pero no está mal atender los actuales consejos. Hubo algunos miembros del grupo que confesaron no haber utilizado vacuna alguna, ni medida preventiva de ningún tipo, ante el riesgo advertido.
Aquí empieza lo bueno, cuando llegas allí sabes que, ya en el 2000, más de 600 riesgos diarios de “adquirir” nuevas enfermedades, para las cuales aún no tenían nombre, eran posibles.
El heterogéneo grupo de personas, procedencias y edades que allí confluimos salimos indemnes del potencial riesgo de enfermar. No sin embargo de caer en los verdaderos peligros de la India, …sucumbir a sus encantos: olores, sabores, paisajes y paisanajes.
Veinticuatro jornadas por delante, realizando una incursión en Nepal, dan para mucho, os contaré alguno de los mayores peligros de la India, tal y como se acomodaron en mi memoria.
Iniciamos el viaje en la ciudad de Calcuta y, aterrizados, surge el primer peligro, te mojas si o si y si no andas atento, con un ojo en el visor de la cámara y el otro en el suelo, puedes desaparecer en la enormidad de un excremento, comienzan aquí los olores. Pasear Calcuta es sencillo, el metro te lleva a cualquier sitio, el segundo peligro es mantener el tipo, cuando a cada dos pasos alguien te ofrece un bebe, a cambio de unas rupias. No es fácil, mantener el tipo digo. Probablemente es más fácil impregnarse del ajetreo de gentes, basureros entre ellas, que trajinan con basuras, en cualquier rincón de la ciudad, mientras tratas de acceder al templo de las ratas, las cucarachas o inconsciente buscas, no se sabe muy bien porqué, el mortuorio donde Teresa de Calcuta recogía los últimos alientos de los moribundos que a ella acudían.
El siguiente peligro que recuerdo fue el acceso a Nepal, como siempre están en permanente tensión estas gentes, quiero recordar que nunca había hecho tantas paradas ni controles en un aeropuerto, hasta en la misma escalerilla del avión y bajo una carpa me sobaron. En ninguna otra ocasión me cachearon tanto, hicieron que desalojara mis bolsillos o abrieron tantas veces mi maleta, …mientras tanto ningún síntoma de enfermedad por aparecer. Quizá el riesgo sea morderse la lengua, para no soltar la carcajada fácil, ante el pintoresco aspecto de un santón o tropezar, cuando corres para llegar a tiempo de ver el show de algún iluminado, que ciego de droga, pretende levantar un peñasco descomunal, atado a una cuerda, con el pene. Y al mismo tiempo aguantar la cámara inmóvil cuando su acólito te atosiga para que dejes parné.
El peligro siguiente, da lo mismo las calles de Katmandú que las de cualquier ciudad o pueblo indio, fue asumir, entre tal cantidad de pedigüeños, que íbamos camino de ser suecos, Alemania, FMI, agencias de valoración, bancos, brókeres y golfos mediante. Es un peligro real, más tarde o más temprano acabas en un supermercado de los de allí haciéndoles la compra de la semana, y regalando rupias a diestro y siniestro.
Entre tanto, la burbuja que supone el lujo exagerado y atención servil, de una legión de personas que se ponen a tu servicio, para cualquier necesidad, te sigue protegiendo.
Ya por entonces tu yugular y carótida comienzan a inflamarse, de vez en cuando, sobre todo antes y después de que guía acompañante y guía local te recuerden, la casi sacrosanta obligación de “ir soltando mosca” en cada templo, lugar de visita, camarero y personal al servicio de espacio acotado, en el cual puedes hacer tus necesidades, porque no en cualquier lugar es aconsejable. Si exprimes el bolsillo, puedes hacer fotos y video, si no…no.
Para los larguísimos desplazamientos en autocar o minibús, debes hacer acopio de agua embotellada, es impensable acercar el morro a cualquier otro dispensador, sólo botellas cerradas herméticamente. Esto incrementa poco a poco el riesgo vascular, pues ni comprando aquí el manantial de Solares, pagarías tanto.
Pese a que cuando paseas por los pequeños pueblos del Khahurajho, conoces que a tal o cual le mordió una cobra, ves rostros deformes y malformaciones que nunca antes imaginaste, el mayor peligro sigue siendo no caer en la tentación de adoptar una familia entera o no haberte llevado todos los trasteros de la urbanización en que vives para ir regalándolo.
Benarés ya es otra cosa, el Indiana Jones que llevamos dentro se aventura, entre bruma y humedades varias, a eso de las 4 a.m a ver amanecer, dentro del rio Ganges a unos metros de la orilla, en una barcaza con más agujeros que un queso gruyere, tratando de inhalar espiritualidad, entre tanto cadáver o parte de ellos, flotando a tu alrededor y viendo como entre tanto sale el sol, pira se enciende por aquí, pira se enciende por allá y un enorme gentío se asea en las escalerillas de los apartamentos y bungalós de la orilla. Aún no parece muy peligroso. Para que salgas de la situación hipnótica te llevan a ver un templo con oro, de oro, al que le sigue llegando más oro.
Camino de uno de los fuertes de película, te viene a visitar el monzón,… sin problemas. Que no puedes pasar porque el rio se desborda camino del hotel, una legión de transportistas cargaran con tus maletas, pertenencias e incluso te portarán a ti mismo, para que no metas los pies en barro. Sorteado otro peligro. ¡Ah! si decides visitar el pueblo ten cuidado con los macacos, estos no entienden inglés y les da lo mismo un paraguas, que un bolso, si te descuidas, se lo llevan todo. Alguno tiene una pinta de entrenado…
Uno de los mayores peligros, debo reconocerlo, es que tu estado de ánimo sucumba, camino de Agra, la estación de tren, es indiferente Jaipur o la mencionada Agra, permanece siempre llena de transeúntes hacia su último tránsito, te rodean multitud de gentes que nada tuvieron desde su nacimiento y que van directos a la muerte, a veces en pocos instantes, mientras esperas a su lado que llegue tu tren.
En Agra, el peligro mayor son los paseos en elefante al fuerte o no morir de aburrimiento en uno de esos espectáculos, de casi obligada asistencia, con la única finalidad de que compres alfombras del lugar. Si te arriesgas a visitar un restaurant por tu cuenta, tu estómago se blindará de por vida, por las especias con las que allí condimentan todo.
De nuevo te armarás de paciencia para no quitarle la cimitarra a alguno de los segadores de césped y no dejar guía, guía local, anexo al guía local y adláteres varios sin cabeza, porque te impiden tomar instantánea alguna del Taj Mahal si antes, y por enésima vez, no dejas temblando tu bolsillo.
En resumidas cuentas, estos son los mayores peligros de la India, antes de salir del aeropuerto de Delhi.
Si queréis apoyo visual, tengo un reportaje de tres horas de video, que ríete tu de la National Geographic. ¡Ah! No olvidéis leer “Los olores de la India” P.P. Passolini.
Espero haber disipado vuestras dudas. A la India hay que ir, si o si, y luego regresar.
Paco Peña

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